dilluns, de gener 31, 2011

EL NATURALISMO (article d'A.K. THORLBY, dins HISTORIA DEL MUNDO MODERNO, Volum XI)

El Naturalismo había nacido en Francia durante la década de 1860 con las novelas escritas en colaboración por Edmond de Goncourt (1822-1896) y su hermano Jules (1830-1870). Un comentario sobre sus orígenes y su teoría lo encontramos en su JOURNAL, publicado después, con considerables adiciones, por Edmond entre 1887 y 1869. No era la primera vez que una nueva tendencia artística se inspiraba en el sentimiento de que las fórmulas pasadas eran antinaturales, de que la literatura no se parecía bastante a la vida; pero en lugar de una vuelta a la naturaleza y al sentimiento, el Naturalismo exige un análisis más científico de la conducta. Ëmile Zola (1840-1902), el mayor representante de la nueva escuela, expone el mismo ideal en LE ROMAN EXPERIMENTAL (1880), adoptando también el método de llevar a cabo una cuidadosa recogida de notas y de hechos para cada novela.

En una conferencia sobre Balzac (1866) a quien declara como precursor, compara el escritor con un cirujano o un químico, capaz de realizar una disección imparcial o de establecer las leyes de causa y efecto en el organismo humano. Éste es el símil favorito de Zola y caracteriza el movimiento naturalista; comparación que sería apoyada por los Goncourt, que también hablaban de análisis “clínico” en los relatos de ficción, y quizá por Flaubert.

El problema obvio para estos autores es el de que una novela apenas puede considerarse, en un sentido literal, como un experimento o una crónica: todo en ella es inventado o por lo menos seleccionado, arreglado después y dispuesto según expresión estilística, de acuerdo con exigencias de escenario y relato, intriga y resolución, pathos y tragedia, que no tienen nada de científicas. Por esto es por lo que Edmond de Goncourt declaraba que sus obras “habían tratado, por encima de todo, de acabar con la trama de la novela”; y por lo que Flaubert, igualmente consciente de la discrepancia entre el objetivo científico y la ejecución artística, intento extraordinarias maniobras estilísticas para superar ésta. Zola parece haber considerado esta dificultad raras veces, y su estilo hace pensar muy poco en la imparcialidad científica. Es un manipulador sin escrúpulos de los efectos literarios con el fin de provocar una fuerte respuesta emocional en el lector, con el resultado de que sus escritos hayan sido calificados de fantásticos, obscenos, groseros y vulgares. Pero pese a todo esto (y exceptuando pasajes que son simplemente insípidos), resulta difícil negar su fuerza. Ésta es de una clase peculiar, posiblemente única; opera si es que se puede hacer una distinción de este género, más sobre los sentidos que sobre la inteligencia literaria, sosteniéndolos con una complacencia tan falta de medida que apenas introduce una variación aun cuando el tema sea horrible y triste. Su principal peligro, por consiguiente, es el de producir empacho; pero en donde éste no existe, la imaginación espera ansiosamente más sensaciones, no bajo la forma de aventuras complejas, sino de un contacto continuo con las impresiones físicas: esto puede admitirse para materiales vitales verdaderamente primarios, pero teniendo en cuenta, naturalmente, que toda la experiencia está fabricada con palabras. La verdadera afinidad artística de Zola es quizá menor con los Goncourt, esos minuciosos e inteligentes retratistas sociales, que con el músico que compuso sus óperas en la misma escala masiva, y explotó similares efectos de pura fuerza emocional al servicio de una noble verdad: Richard Wagner.

Entre 1871 i 1893 Zola publicó veinte novelas, planeadas en forma de serie bajo el título general de LES ROUGON-MACQUART y dando en ellas “la historia natural y social de una familia durante el Segundo Imperio”. La verdad particular que desea establecer es la de la influencia determinista de la herencia en todas la “manifestaciones instintivas de carácter humano, que dan lugar a lo que el convencionalismo conoce como virtudes y vicios”. La tendencia congénita de los Rouguon-Macquart no consiste sin embargo simplemente en una “superabundancia de los apetitos naturales”, que Zola no considera en modo alguno como típica de una época enteramente inclinada hacia los goces físicos. Reparte a sus personajes de tal manera que pueda retratar todos los sectores de la vida nacional; sus mayores éxitos los consigue en el reflejo de la clase obrera parisina (L’ASSOMOIR, 1877), de los oprimidos de un pueblecito minero (GERMINAL, 1885) y del sentenciado ejército de la guerra franco-prusiana (LA DÉBACLE, 1892), de cuyo desastre culminante dice que “como artista, lo necesitaba”. En sus últimas obras, LES TROIS VILLES (1894-1898), y LES QUATRE ÉVANGILES (1899-1903), Zola se convierte en el profeta de una nueva y desafiante humanidad, denunciando la superstición religiosa y predicando el evangelio de la Fecundidad, el Trabajo, la Verdad y la Justicia. Durante los últimos años de su vida llegó incluso a alcanzar la gloria de una especie de martirio con sus destierro temporal a causa de sus artículos en defensa de Dreyfus (J’ACCUSE). Sus ideas políticas y filosóficas constituyen, sin embargo, el aspecto más inconsistente de su obra, y su debilidad se extiende en cierta medida también a su comprensión de carácter, si ésta es juzgada con arreglo a los elevados niveles intelectuales de la novela del siglo XIX. La justificación de Zola está sugerida en su prólogo a Thérèse Raquin (2ª edició, 1868): “Mi intención ha sido la de estudiar temperamentos, no caracteres). En la práctica esto venía a significar que su propio talento imaginativo desempeñaba el papel principal en sus experiencias de caracteres, práctica que corresponde menos a un científico de la literatura que a un poeta. El resultado es que, donde su imaginación se ve arrastrada con más pasión, Zola parece llevar todo el vasto programa del vicio y la degradación fuera del alcance o de la necesidad del análisis psicológico o la explicación social. Las descripciones de las emociones sencillas o de las cosas físicas hacen que resulten como una celebración mitológica de misterios elementales, rondeándolas de un aire de intensidad demoníaca que carece de toda proporción científica junto a la verdadera desgracia de los personajes y de la acción y escenario reales.

En 1880 el Naturalismo quedó establecido públicamente como escuela literaria gracias a una publicación conjunta LES SOIRÉES DE MEDAN, prologada por una agresiva declaración de principios, y que contenía relatos cortos escritos por seis autores: estos eran, ZOLA, HUYSMANS (que hasta entonces no había encontrado su verdadero medio de expresión en la ficción estética y religiosa), tres novelistas menores: PAUL ALEXIS (1851-1901), HENRY CÉARD (1851-1924) y LEON HENNIQUE (1851-1935) y, por último, GUY DE MAUPASSANT (1850-1893). A juicio de Flaubert, que durante un tiempo había sido maestro de Maupassant, la contribución de su discípulo, BOULE DE SUIF, derrotó por completo a las otras. Los resultados de esta enseñanza resultaron patentes en la irónica postura y la tensa exactitud de Maupassant. Demostró tener un talento mucho más fino, aunque menos vigoroso, que Zola sobresaliendo especial mente en sus relatos cortos, de los que escribió más de trescientos y que son, en muchos casos, verdaderas obras maestras. El naturalismo de Maupassant le ganó rápidamente notoriedad y éxito; por su gran habilidad al tratar de temas bajos, por su brillante exposición de la nobleza gastada, su limpieza literaria al relatar asuntos crudos o carnales; supo mezclar la vulgaridad con la sofisticación extrema, en una forma adaptada a los gustos contemporáneos cansados ya de tanto realismo solemne.

Alphonse DAUDET (1840-1897) estuvo estrechamente ligado a los dirigentes del movimiento naturalista, practicó su método de tomar notas de todo lo que veía u oía, y pudo escribir piezas tan dolorosa documentación como FEMME D’ARTISTES (1874) o de torvos detalles de la guerra y de los barrios pobres en algunos de los CONTES DU LUNDI (1873; pero es por la fantasía y encanto de sus relatos del Mediodía francés (LETTRES DE MON MOULIN, 1869), y sobre todo por TARTARIN DE TARASCON (1872), una de las grandes creaciones cómicas de la literatura francesa, por la que ha ganado renombre.

(Article d’A.K. THORLBY [professor de Literatura comparada a la Universitat de Sussex] dins HISTORIA DEL MUNDO MODERNO, Volum XI)